Hecho estetico

Una vez dentro de la casa nota unas escaleras en forma de caracol hechas en mármol con un pasamanos de oro. Empieza a caminar lentamente y sube al segundo piso.
Percibe un olor a sangre fresca y a que hay algo podrido por todas partes, ese piso avanza de manera uniforme en una línea recta por donde se veía una serie de puertas abiertas en zic zac. Decide caminar por ese largo pasillo hasta pasar por el primer cuarto a la derecha, alcanza a ver cómo en ese hay una silla eléctrica con alguien ahí atado y muchos cuerpos a su alrededor a los cuales ya les vuelan moscas por encima. Sigue caminando y en el cuarto del lado izquierdo hay una guillotina; en el techo se pueden admirar todas las cabezas de los cuerpos que han sido decapitados.
Solo quedan dos cuartos más y otras escaleras; el penúltimo cuarto a la derecha, de nuevo en diagonal, tenía personas pegadas a las paredes como mariposas a punto de ser analizadas, parecían ser utilizadas para alguna actividad como un campo de tiros, pues la gran mayoría tenían múltiples heridas de bala.
Llega al último cuarto, este lo tiene justo enfrente al final del pasillo y se puede apreciar que está iluminado por una ventana que está a la derecha. El pensar en tan solo ver hacia el interior de este lugar le causa una sensación por todo su espinazo, como si un temblor le subiera lentamente y estuviera acompañado de un viento helado que no generaba nada de satisfacción. Gracias a la iluminación puede divisar como hay una silla de madera en la cual se encuentra atada de manos y pies una persona de una contextura corporal fornida, tez algo oscura, cabello color negro azabache, crespo y algo quemado, gafas de cristal, barba medianamente larga la cual no deja ver su cuello; está vestido con una camiseta blanca ceñida al cuerpo que está manchada de tierra, sudor y algo de sangre, sobre la cual solo se puede ver una de sus cadenas con un pentagrama invertido y de una tonalidad plateada; un pantalon negro con rotos y entubado, con la tela de la zona de las rodillas decolorada por el uso. Está descalzo. Tiene una mordaza blanca manchada con sangre atada en su boca para amortiguar sus gritos desgarradores clamando por una ayuda que nunca llegará. Ella lo mira a sus ojos tan marrones como el café que se toma en las mañanas y lo reconoce, una sensación que emanaba desde la boca de su estómago e iba subiendo emerge en cuanto se da cuenta que es una persona importante en su vida; este la mira con sus ojos aguados y serios, una expresión poco común hacia ella, algo lúgubre. Le hace un ademán de que corra, ella se dirige a las escaleras que están a su derecha subiendolas con movimientos motivados por la adrenalina causada al ver tal escena. Estos peldaños le hacen llegar a una terraza. Una vez arriba escucha un disparo en seco.